El filósofo británico Mark Fisher observaba que es más sencillo concebir el fin del mundo que el fin del capitalismo. Este sistema gradualmente se desintegra y fragmenta en lugar de colapsar de repente. En la atmósfera nihilista de nuestra época, la esperanza carente de significado parece tener sentido, lo que da lugar a una variedad de creencias y supersticiones para enfrentar la sensación de abandono.
Según Fisher, mientras los rituales y simbolismos se desvanecen, el capitalismo continúa en pie, absorbiendo ahora a los espectadores que consumen los vestigios de lo que queda. Al liberarnos de las abstracciones del pasado, el realismo capitalista nos ha inmunizado contra la fe y las tentaciones del fanatismo. Con las expectativas reducidas, el capitalismo promueve una desacralización total de la cultura.
Al ser una entidad plástica, capaz de metabolizar y asimilar cualquier cosa con la que entre en contacto, el capitalismo sofoca rápidamente cualquier sentimiento de descontento, fomentando la apatía, la falta de compromiso y la impotencia reflexiva.
Los estados depresivos que surgen de estos factores buscan ser aliviados mediante la búsqueda del placer, con la esperanza de olvidar nuestra falta de control sobre nuestras vidas. Sin embargo, pronto llega el hastío hedonista y el aburrimiento, lo que nos impulsa a buscar nuevas sensaciones para dar sabor a la existencia.
Fisher sostiene que la consecuencia de esta adicción al entretenimiento que ofrece la «matrix» es una interpasividad agitada y espasmódica, acompañada de una incapacidad general para concentrarse o enfocarse. Por ejemplo, ya no es necesario leer: el simple reconocimiento de eslóganes es suficiente para navegar por el panorama informativo de la red, el teléfono celular y la televisión. En este sentido, Fisher argumenta que el capitalismo es iletrado.
En este contexto, los profesores deben fungir como facilitadores del entretenimiento, pero al mismo tiempo, como disciplinadores autoritarios. Esta paradoja surge debido a que las estructuras disciplinarias están al borde del colapso. Mientras esto ocurre, el realismo capitalista nos obliga a someternos a una realidad infinitamente maleable, capaz de reconfigurarse en cualquier momento.
Bajo el modelo hedónico, la felicidad se asocia con lucir y sentirse bien, todo dentro de un marco ideológico que se ha vuelto invisible para el usuario, impidiéndole evaluar alternativas y considerarlas como la única realidad posible.
Eduardo Schele Stoller